Episodio 85 — La Primera Guerra Ilírica

— Raíces familiares llegan bien profundo, cuando uno se pone a buscar — o en el caso de Tito Livio, a inventar.

Teuta, la viuda de Agrón. La primera guerra ilírica. Y estamos a un año de la muerte del padre de Aníbal.

Transcripción Parcial

Hola, les habla Abel, desde Pekín, China. Bienvenidos a mi podcast.

El Cuento de Roma, Episodio 85 — La Primera Guerra Ilírica.

Entre todas las cosas que Marco Tulio Cicerón escribió en su vida, quiero destacar una frase, sacada de su obra llamada Epistolae ad Familiares.

Preferiría la paz más inicua a la más justa de las guerras.

Esto, mis queridos oyentes, es como comienza el libro llamado Africanus, el Hijo del Cónsul, escrito por Santiago Posteguillo, autor de — entre otras obras — Legiones Malditas.

Es como quiero comenzar este episodio, hoy!

Como una nota de al lado, este libro, lo comencé a leer esta semana, y creo que vale su peso en plata. Veremos. Por recomendarme y prestarme el libro, gracias a uno de nuestros oyentes, quien — dicho sea de paso, comienza a formar parte del podcast, hoy mismo.

Bueno.

Cuando Marco el Alto se fue a comprar pan, el menor de sus nietos lo siguió desde una distancia, para poder ayudarle, si su abuelo se volvía a caer.

Así es — marco el Alto se había caído tres veces, este año, y a pesar de que caminaba derecho y sin la ayuda de un bastón, a cada paso, el pie derecho se iba un poco hacia la izquierda, justo antes de pisar.

Y así, sin quererlo, Marco se tropezaba en escalinatas, callejuelas con baldosas desiguales, y sobre todo, en los altos umbrales de negocios pequeños en el Aventino y la Subura.

Luego, Marco se encaminó a casa, y sin siquiera levantar la vista, le preguntó a su nieto.

—”Sigues sin confiar en mí, verdad?”

El joven se enderezó desde atrás de su escondite, y avanzó hacia su abuelo, sin responder.

—”Ya! Vamos a casa,” dijo Marco el Alto.

Resignado al destino, ambos se fueron caminando a casa — despacito.

—”Si Flavia me viese así, no le gustaría ni medio,” añadió el viejo.

El joven Marco protestó.

—”Y tampoco le gustaría que solo come pan y aceite de oliva, abuelo. Más que enfadarse, abuela Flavia no lo reconocería.”

Era cierto.

El viejo había perdido la mitad de su peso en dos años, y la casa — o lo que quedó de aquella casa, jamás fue reconstruída.

“Lo se, muchacho. Lo se,” dijo el viejo. “A ver si este año añadimos una habitación, así tu primo al menos tiene donde vivir, ahora que se quiere casar.

Y así tenemos que entre Marco el Alto, sus dos nietos — primos entre ellos, y Emilia Mínima, vivieron sin poder conseguir dinero, materiales, y todo lo demás necesario para poder salir adelante.

En lugar de ello, los dos jóvenes hacían pequeños escudos decorativos, cuando algún cliente lo pedía, y eso tampoco sucedía a menudo.

Bruto, por su lado, se había dado una misión un tanto peculiar, pero de eso vamos a hablar un poco más tarde, cuando lo manden a embarcarse a Iliria, a luchar contra una reina que no sabía ni de merced, ni de dolor.

Esa reina se llamaba Teuta — T — E — U — T — A, y ella era la viuda del rey Agrón, el que les había comentado durante nuestro episodio pasado, se murió de pleuresía aguda.

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