María Fernanda, había salido de su casa el domingo cerca de la una de la tarde, montada en su bicicleta, para ver a un amigo. El fin de semana largo aún no terminaba, y le faltaban dos días de disfrute en su ciudad natal de la provincia de Santa Fe, antes de regresar a Córdoba, donde estudiaba. Todavía le quedaban pendientes varios compromisos y salidas, empezando por la cena familiar que le esperaba esa misma noche.
Pero las horas pasaron y María Fernanda Chicco, o Mafer, como la llamaba cariñosamente su familia, no se presentó a comer. Sus parientes, nerviosos, llamaron a las puertas de todos los vecinos para averiguar si alguien sabía algo de ella, pero el silencio fue rotundo.
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