La siguiente historia tuvo lugar en un campo grande y hermoso de un país muy muy lejano. Su protagonista es un árbol… un árbol que era muy feo, ya que no tenía hojas. Estaba solo. Era el único árbol de la gran huerta de una vieja casa de campo y, como nunca había visto a otro árbol en su larga vida, desconocía el hecho de que éstos sí tenían infinidad de hojas en sus ramas. Tampoco era consciente de que era tan feo por el hecho de no tener preciosas hojas.
Un día unos niños que pasaban por allí se pararon a mirarlo y, entre risas, se burlaron de él.
– ¡Qué árbol tan horroroso y sin vida!
-No sirve para nada, qué feo es.
-¡Ni siquiera tiene hojas!
Al escuchar los desagradables comentarios, el arbolito se puso muy triste. Levantó la cabeza y al ver al radiante sol le preguntó:
-Tú que eres tan poderoso, ¿puedes darme algunas hojas?
A lo que el sol respondió:
-Yo no hago eso, no puedo dar hojas a los árboles. Tienes que ir tú a buscarlas.
-No puedo. Mis pies están clavados en el suelo- le respondió con pena el pequeño árbol. Y se quedó mirando con esperanza al sol, pero éste no dijo nada más.
Al día siguiente le hizo la misma pregunta a la nube gris que pasaba de vez en cuando, pero ésta le respondió:
-Yo solo sé quitar las hojas de los árboles, pero no tengo ni la más remota idea de cómo poder colocártelas, amigo. No puedo ayudarte, ya lo siento.
Al rato la lluvia apareció, mojando todo en torno al arbolito y éste aprovechó para plantearle la misma petición:
-Señora lluvia, ¿puedes traerme algunas hojas para adornar mis ramas, por favor? Mis pies están clavados al suelo y yo no puedo salir a buscarlas por mí mismo.
-Yo no puedo darte hojas, yo lo único que sé hacer es llorar.- Respondió la lluvia derramando lágrimas por la lástima que sentía por el arbolito y su falta de hojas.
El árbol se sintió más triste que nunca. Había acudido a los más poderosos y no habían podido ayudarle… ¿Si ellos no podían hacerlo quién podría, quién le ayudaría a cumplir su sueño?
– Nadie puede ayudarme.- murmuró el árbol- Viviré feo y sólo, sin hojas. Nunca pareceré un árbol de verdad.
Pero sucedió que un buen día los niños que tan cruelmente se habían burlado de él pasaron de nuevo por allí y al ver al solitario tronco se apiadaron y dijeron:
-Éste es el único árbol de la zona que no tiene nunca hojas, tal vez podríamos hacer algo… ¿que os parece si lo adornamos entre todos?.
Los niños fueron a sus casas y trajeron muchas hojas de colores: rojas, amarillas, azules, verdes, violetas, naranjas e incluso rosadas. Las fueron pegando una por una en el arbolito de modo que al poco rato el árbol quedó lleno de hojas. ¡Estaba feliz!. No podía esperar a que lo vieran sus amigos para decirle qué opinaban del cambio.
Al día siguiente pasó el sol y se quedó un rato mirándole. ¡Nunca había visto un árbol tan hermoso! Miró con más atención y…. ¡se dio cuenta de que era nada más y nada menos que su viejo amigo!.
Después pasó la nube gris y le ocurrió exactamente lo mismo que al sol. Cuando se dio cuenta de quien era dijo:
-¡Qué hojas tan bonitas tienes amigo! Pasaré con cuidado a tu alrededor para no quitártelas.- le dijo sonriéndole cálidamente.
Por último pasó la lluvia y al ver esas hojas tan coloridas y tan preciosamente llamativas, detuvo su llanto y dijo:
-¡Ya no lloraré más por el arbolito! ¡Qué feliz estoy de verlo así, con mucha más vida! ¡Está verdaderamente hermoso!- dijo la señora lluvia mientras se marchaba con sus lágrimas a otros lugares.
Los niños, al ver lo feliz que se sentía el árbol, decidieron que, desde ese día, acudirían a visitarlo todas las tardes. Se reunían bajo sus ramas coloridas, jugando y riendo daban vida al pequeño habitante de la gran huerta. Y el arbolito nunca más se sintió triste, feo ni solo.